En los actos protocolarios, de Estado, de empresa y sociales, por lo general, hay un anfitrión, un invitado de honor y unos invitados VIP a quienes se les asigna el puesto que les corresponde bien sea en una mesa de honor, en un auditorio o en una mesa de comedor, entre otros.
Si los invitados especiales tuvieran claridad del papel que representan y, por lo tanto, se situaran en su lugar, todo sería más ordenado y más fácil para nosotros los protocolistas que nos esmeramos para que todo salga bien y atenido a las normas protocolarias, tanto por respeto al sitio que merece cada persona, como por la imagen mediática.
Pues bien. Siempre que dicto seminarios de protocolo, surgen las anécdotas. Hace varios meses estuve en otra ciudad y una de las asistentes, organizadora de un acto protocolario que incluía almuerzo, comentó que, después de esmerarse para que todo saliera perfecto en los manteles, vajilla, menú y puestos marcados, con el Presidente de la República presidiendo, toda la precedencia se vino abajo cuando el Primer Mandatario llegó hablando por el celular y se sentó en el primer puesto que encontró en la mesa acomodada en U y se quedó en él.
A mi me sucedió algo parecido, cierta vez, cuando un mandatario -no el alcalde para el que trabajé, aclaro- era invitado de honor en una cena que seguía después de un acto protocolario y se sentó en un lugar muy inferior al que le correspondía con relación al anfitrión. Él, de antemano, sabía cuál era su puesto, así que me le acerqué y le hice ver que ese no era su puesto. Me respondió que lo dejara ahí porque estaba conversando con… Le dije que por nada del mundo le convenía quedarse en ese lugar: por cortesía con el anfitrión, por su cargo, por historia, por las fotos para la prensa y por los chismes que podrían levantarse. De nuevo me dijo que las fotos podrían tomársele alli. Le insistí por aquello de la “verguenza ajena” hasta que accedió y se sentó donde le correspondía.
Me pregunto cómo hacer para que las personas que llegan a ocupar altos cargos entiendan que dejan de ser personas naturales para convertirse en una figura pública y, por lo tanto, no valen argumentos de que “soy muy sencillo”, “no sea tan protocolaria”, “aquí estoy bien”.
Por otro lado, como consejo, que los protocolistas agotemos todos los recursos para hacer entender a los personajes errores como los que menciono a fin de evitarles comentarios negativos. Pero, claro, de ellos depende.