Encontré este artículo hoy en el diario El País de Cali que me parece muy interesante:
La reparación de las ofensas
Abril 06 de 2008
Por: Carlos E. Climent, médico-psiquiatra
La rabia no se evapora ‘por decreto’, ni por el hecho de hacer las paces sin que haya mediado la justicia.
El olvido de las ofensas es un acto de generosidad, propio de almas superiores, que ocurre cuando se ha reparado, de manera legítima, el perjuicio causado.
Las víctimas tienen derecho a exigir que antes de “hacer las paces” con el agresor, exista un reconocimiento del daño, una presentación de disculpas y una reparación de los perjuicios ocasionados. Tal exigencia es de elemental justicia.
Si alguien fue objeto de una agresión física o psicológica, pero el culpable no reconoce la falta y no ha pagado por ella: ¿Debe la víctima en esas condiciones hacer las paces con el agresor?
Si bien mi respuesta a esta pregunta es un no rotundo, entiendo que no exista unanimidad al respecto. Pues hay quienes están convencidos de que lo más importante es desechar los sentimientos de rabia y hacer las paces de cualquier forma. Tal estrategia la encuentran aceptable muchas personas, que logran así su tranquilidad interior frente a los abusos sufridos.
Pero es prudente recordar que la paz, lograda sin que medie una justa reparación, puede lucir como un procedimiento muy diplomático, conveniente o generoso, pero lo único que hace es enterrar temporalmente los sentimientos de rabia que, tarde o temprano, saldrán a flote.
Tampoco se puede olvidar que la rabia no se evapora ‘por decreto’, ni por el simple hecho de hacer unas paces, sin que haya mediado la justicia.
Si hay que tragarse la rabia por no haberla podido expresar adecuadamente, o porque no se han obtenido las satisfacciones del caso, esto tiene consecuencias sobre el equilibrio emocional y sobre la dignidad de las personas.
Además afecta la integridad física, ya que alimenta toda suerte de problemas psicosomáticos. Esa es la naturaleza humana. El verse obligado a ignorar las agresiones se da por una o varias de las mismas razones de siempre:
Por miedo: al creer que el reconocimiento del abuso y el salir a defender sus derechos constituye un riesgo demasiado grande.
Por comodidad: pues para quien ha recibido un trato injurioso, el exigir una satisfacción puede representarle un esfuerzo demasiado grande, o una confrontación impensable.
Por conveniencia: porque desafiar a quién detenta el poder en alguna de sus formas representa la pérdida de ciertas ventajas.
Quien así actúa ha renunciado a un derecho elemental y ha claudicado frente a circunstancias inadmisibles.
La manera como se llega a una paz con el agresor es a través del reconocimiento, y de un acto de reparación pleno –por parte del agresor– de los derechos de la víctima, y de haber permitido la expresión de los sentimientos sobre el abuso sufrido.
La paz lograda de esa forma, permite:
El restablecimiento del equilibrio perdido.
Una acción honesta de parte del infractor para subsanar el perjuicio; no un ‘salir del paso con unas disculpas hipócritas.
Reconocer la falencia humana superable que habita en lo profundo de seres esencialmente buenos.
La primacía de lo sensato sobre lo irracional, y de lo generoso sobre lo mezquino.